La cocina michoacana fusiona los secretos culinarios ancestrales
de la etnia purépecha con sabores y especias que fueron traídas por los
conquistadores españoles. Este choque cultural no sólo creó un
sincretismo al combinar ingredientes de ambos continentes, sino que
modificó las técnicas para cocinarlos. Se continuó el uso de vasijas y
platos de barro, pero los utensilios de metal entraron en las cocinas
locales. Un sinfín de elementos nuevos otorgó un sabor distintivo a las
distintas regiones de Michoacán.
La gastronomía moreliana es muy variada. Si no sabes qué probar, puedes
empezar por el pollo placero, que va acompañado con vegetales. Las
corundas son parientes de los tamales y se sirven envueltas en hojas de
maíz. La tradición cuenta que éste era el platillo favorito de
Caltzontzin, emperador purépecha, y que lo consumía en las grandes
celebraciones. La lista de delicias morelianas continúa: el churipo es
un caldo preparado con chiles rojos, carne y verduras; atapakuas es un
guiso espeso de carne y vegetales muy picante que se acompaña con queso;
los uchepos, hechos de maíz tierno, son una variante local de los
tamales. Por supuesto, no hay banquete sin una buena bebida para
brindar. La bebida tradicional de Michoacán es la reconocida Charanda,
elaborada con caña destilada.
El internacionalmente famoso Museo del Dulce no sólo es un recinto de
exhibición, sino también una fábrica tradicional y un paseo obligado
para los turistas. En la antigua Calle Real, hoy llamada Francisco I.
Madero, se puede apreciar una gran variedad de dulces durante sus
distintos estados de preparación: laminillas, morelianas, cajeta (dulce
de leche), dulces de coco, guayaba y tamarindo, borrachitos, jamoncillos
de leche, licores de fruta, rompope, nueces de macadamia, natillas,
chocolates y bolitas de leche quemada. Éstos son apenas una pequeña
muestra de la variedad de dulces que encontrarás en este lugar.
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